Bienvenido/a
Este apartado comienza con un cuento que refleja mi visión compasiva hacia nosotros mismos. A menudo, nuestras personalidades son moldeadas por las historias que hemos vivido; no hay nada malo en quienes somos, ya que cada rasgo y reacción tiene su origen en experiencias pasadas. Es momento de dejar de responder de manera automática a las circunstancias y de tomar el control del timón de nuestra vida. Al conocernos mejor, podemos elegir nuestras reacciones y dirigir nuestro camino con intención y autenticidad.
“El Timonel y el Capitán Perdido”
Cuento original de Yolanda Aguirre.
En una noche de tormenta, donde las olas se alzaban como gigantes oscuros y el cielo parecía caer sobre el barco, Ego mantenía el timón con fuerza, sin descansar, determinado a proteger la nave a cualquier precio. Su vista, aunque fija en el horizonte, estaba limitada por la oscuridad y el miedo de perder el control. Ego no era el verdadero capitán, pero al ver que nadie más tomaba el mando, sentía que debía cumplir con ese rol, aun cuando algo dentro de él le decía que no era la mejor manera.
Y no estaba solo. En el barco, sombras familiares se alzaban junto a él, cada una con una expresión diferente, todas nacidas de momentos de profundo dolor que no se habían desvanecido con el tiempo.
El Guerrero estaba allí, con el rostro endurecido y la mirada feroz, siempre en guardia. Surgió en la infancia, cuando el mundo parecía amenazante y cada paso estaba lleno de peligros. Se había forjado de un miedo profundo al abandono y al rechazo, y su misión era proteger a toda costa, sin tregua ni descanso. Pero su rostro mostraba una cicatriz invisible, una herida que nunca terminaba de sanar.
El Perfeccionista , pálido y siempre tenso, recorría la cubierta, buscando imperfecciones en el barco, incapaz de aceptar nada menos que la perfección. Su origen era un miedo al fracaso, un doloroso recuerdo de momentos en los que el error significaba vergüenza. Desde entonces, El Perfeccionista había decidido que la única manera de evitar el dolor era lograr que todo fuera intachable. En su mente, cualquier error, por pequeño que fuera, podría hacer que el barco naufragara.
El Complaciente , que apenas miraba al timón, observaba en cambio los barcos lejanos, esperando ver en ellos una señal o guía. Surgió de las heridas de la infancia, cuando supo que ser aceptado requería renunciar a sus propios deseos. Su herida era el miedo al rechazo; Creía, con profunda tristeza, que debía moldearse al deseo de otros para ser amado y aceptado.
Y, en un rincón más sombrío, estaba La Adicción . Este personaje siempre aparece en los momentos de mayor tormenta, ofreciendo una falsa calma, una especie de alivio temporal. La adicción se presentaba como un bálsamo para calmar el dolor de esas heridas profundas. Se deslizaba en la oscuridad, susurrando promesas de olvido y alivio, pero al final, cada vez que tomaba el timón, llevaba al barco hacia remolinos y rocas, lejos de cualquier rumbo seguro.
“Déjame a mí esta vez”, murmuró La Adicción, con una voz suave pero cargada de desesperación. “Puedo calmar el dolor que todos llevamos. Puedo hacer que olvidemos, al menos por un momento.”
Ego, cansado y asediado por la presión de mantener a salvo el barco, miró a La Adicción, tentado por sus palabras. Sabía que aceptar su ayuda no era una solución, pero el agotamiento de cargar con heridas tan profundas a veces lo debilitaba. Ego no era malo, solo estaba abrumado por el peso de tantos años de dolor sin sanar. Había asumido el papel de protector porque nadie parecía más estar despierto para hacerlo.
Pero justo cuando Ego se disponía a cederle el timón a La Adicción, una luz suave, como el destello de una estrella escondida entre las nubes, iluminó la cubierta del barco. Ego sintió una presencia, una calma que venía de lo más profundo de la nave, una fuerza callada y serena que parecía haberse despertado de un largo sueño.
La Esencia había estado allí todo el tiempo, escondida, dormida bajo capas de miedo y dolor, esperando a que la tormenta pasara. Con una voz pausada y profunda, habló por primera vez, dirigiéndose a Ego:
“Gracias por mantenernos a flote, Ego. Sé cuánto has hecho para protegernos de las heridas que todos llevamos. Pero yo puedo ver más allá de las tormentas y las olas. Ven, permíteme guiarte”.
Ego dudó, porque había pasado tanto tiempo siendo el protector que temía dejar el timón. Sin embargo, sintió una paz que nunca antes había sentido, una certeza de que no estaba solo en esa tarea interminable.
Uno a uno, los personajes del Ego se acercaron también, como si reconocieran en La Esencia algo que les faltaba. El Guerrero bajó su guardia, El Perfeccionista dejó de buscar fallos, El Complaciente dejó de buscar validación externa y La Adicción … por primera vez, soltó el timón y se quedó en silencio, aceptando que quizás había otro modo de calmar el dolor sin ocultarlo.
Reflexión final
Ahora, cada personaje del Ego entendió su lugar. La Esencia los ayudó y valoró por su esfuerzo, reconociendo que todos ellos habían nacido para proteger, no para destruir. Pero comprendió que, a partir de ese momento, su tarea no sería llevar el timón sin rumbo, sino acompañar a la Esencia, quien ahora los guiaba con una visión clara y profunda.
Y así, el barco continuó su viaje, ya no perdido en la tormenta, sino avanzando hacia un horizonte de calma, guiado por una fuerza que había estado allí todo el tiempo, esperando el momento para despertar.
Poema de Christopher Morley. Se titula “El poema más grande conocido” (“The Greatest Poem Ever Known”).
Este poema celebra la pureza y la inocencia de la infancia, reflejando cómo los niños poseen una conexión única con la poesía y la naturaleza.
El poema explora la idea de que la verdadera poesía reside en la experiencia y la percepción del mundo a través de los ojos de un niño, quien vive en un estado de asombro y maravilla.
“El poema más grande conocido
es uno que han vivido todos los poetas:
la poesía innata, no expresada,
de tener solamente cuatro años.
Aún lo bastante joven para ser parte
del gran corazón impulsivo de la naturaleza,
nacido amigo de ave, bestia y árbol,
Y tan tímido como una abeja…
Y, sin embargo, con adorable razón, diestro
para edificar cada día un nuevo paraíso,
alborozado explorador de cada sentido,
¡sin desmayar, sin fingir!
En tus ojos transparentes, sin mácula,
no hay conciencia, no hay sorpresa;
aceptas los raros acertijos de la vida,
conservando aún tu extraña divinidad…
Y la Vida, que pone en rima todas las cosas,
también puede hacer de ti un poeta, con el tiempo;
pero hubo días, ¡oh, tierno diablillo!,
en que tú fuiste poesía en sí…”
¿Te animas a volver a conectar con tu autenticidad?